TVT | Redacción digital
“¿Ya me echan de menos?”. Las primeras palabras de Donald Trump tras su exilio de cinco semanas en Mar-a-Lago, sus primeras palabras como expresidente de Estados Unidos, fueron un primer test sobre cómo están las aguas en el conservadurismo.
Trump ha decidido no desaparecer del mapa, estar presente en el futuro inmediato del Partido Republicano, agenciándose el liderato del movimiento conservador en Estados Unidos. A pesar de que él mismo había insinuado la idea de crear un tercer partido a nivel nacional, ayer, en su primera aparición como expresidente, descartó el plan y, de hecho, especuló con presentarse a las elecciones de 2024.
Nada ha cambiado en Trump. Está sin redes sociales desde hace varias semanas y no tiene su altavoz favorito, así que su participación ayer en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), el cónclave del conservadurismo más recalcitrante, sirvió como plataforma para 90 minutos de la misma retórica de siempre, del trumpismo más clásico, ahora aliñado con más rabia hacia sus opositores y un redoble de las teorías de la conspiración sobre su derrota electoral, que todavía se niega a aceptar.
Pasó lo que todo el mundo temía: Trump reiteró la mentira de fraude electoral, la misma falsedad que provocó el asalto al Congreso del 6 de enero y una de las crisis más profundas en el país, uno de los episodios más oscuros de la historia reciente. Un capítulo que además lo llevó personalmente a su segundo impeachment, del que salió exonerado en un juicio político exprés y con hasta 7 senadores republicanos votando por condenarlo.
“No es posible que perdiera”, insistió el expresidente, que no tuvo reparo en nombrar uno por uno todos los congresistas que votaron a favor del impeachment, una lista negra que pidió que sea expulsada del partido y en las urnas. “Deshagámonos de ellos”, vociferó, levantando los aplausos de la audiencia que fue a verle.
Trump no está dispuesto a desaparecer de la escena pública y política, al menos mientras todavía tenga tirón y pueda recaudar fondos para su uso y disfrute. Ayer, en un acto inusual, citó su página web donde se le pueden hacer donaciones. La excusa: que “trabajará activamente para elegir líderes republicanos fuertes, duros e inteligentes”. Y, eventualmente, que “un presidente republicano haga su regreso triunfante a la Casa Blanca”, soltó. “Me preguntó quién será”, añadió, juguetón.
Trump jugaba en casa y lo sabía. En una encuesta nada científica entre los asistentes, 95% dijo que el Partido Republicano debería seguir con las políticas emanadas del trumpismo; 63% quiere que se presente de nuevo a las elecciones y 55% dijo que votaría por él para que fuera el candidato republicano. El seguimiento del conservadurismo más radical con Trump es casi el de los seguidores de una secta a su líder.
Trump nunca tuvo una plataforma política firme, aunque ayer intentó hacer un compendio de lo que significa la palabra “trumpismo”. Una mezcla de “grandes acuerdos”, “fronteras fuertes”, gran defensa de las armas, ejército, ley y orden. Un ideario “simple” que, sin embargo, tiene un fuerte componente de xenofobia y racismo.
Sin eso, no se explica que los primeros 25 minutos de su discurso fueran destinados a promover su retórica más antiinmigrante, que pareció salida directamente de la pluma de su asesor Stephen Miller, una emulación perfecta de discurso con el que se presentó en sociedad en junio de 2015 y que mantuvo hasta el fin de sus días.
Como ejemplo: solo tardó seis minutos en citar el muro en la frontera con México. “No quieren completarlo”, se quejó sobre la nueva administración, criticando que dejarlo inacabado es una “obsesión” de los demócratas. Unos demócratas contra los que cargó con todo, directamente diciendo que el mes y poco que Joe Biden lleva en la Casa Blanca ha sido “el más desastroso de cualquier presidencia de la historia moderna”, y que bajo la actual administración, del lema de “Estados Unidos primero” se ha pasado al de “Estados Unidos al último”.
Se intuye que llegó a esa conclusión, básicamente, porque una de sus principales tareas del gobierno de Biden ha sido destrozar el legado más controvertido que Trump dejó atrás.
Las ansias de Trump de no ser irrelevante, sus ganas de poder y su ego lo obligan a mantenerse en primera línea, y no tiene más arsenal que sus grandes éxitos, las frases manidas y los puntos de ataque extremadamente conocidos. Su discurso fue aburrido, solo apto para verdaderos fanáticos.
“Quizá me decida a derrotar (a los demócratas) una tercera vez”, dijo Trump, dejando claro en una única frase que todavía no acepta que perdió las elecciones y que abre la puerta a volver al circo electoral.
Su anuncio de que quiere seguir al frente del partido es un aviso a navegantes y la certeza de que la guerra civil del conservadurismo está recién empezando. “Voy a continuar luchando a su lado, no voy a fundar ningún partido”, anunció. “Ya tenemos el Partido Republicano. Y va a ser más unido y más fuerte que nunca”, remató.
Una unión que quiere que sea alrededor de su persona, como ha sido en los últimos años. La vertiente más radical del partido lo respalda: la congresista Marjorie Taylor Greene, seguidora de las teorías de la conspiración QAnon sancionada por el Congreso, es una de las voces más públicas en decir que Trump es el líder del partido, y ayer hubo filas en CPAC para tomarse fotos con ella.
“El (ex)presidente Trump es el líder del movimiento conservador. Es el líder del movimiento ‘Estados Unidos Primero’, es el líder del Partido Republicano”, secundó el congresista Jim Jordan, uno de los más aplaudidos en CPAC.
Nada que ver con el polo opuesto del partido, liderado por el miedo del senador Mitt Romney a la posibilidad real de que Trump pueda volver a ser el candidato en 2024, o el de la abucheada congresista Liz Cheney, quien hace unos días decía públicamente que “no creía que (Trump) deba jugar un rol en el futuro del partido o del país”.
Fuente: El Universal